(ex Escuela Superior de Niñas) Chacabuco 334, Vicuña.
Para terminar sus últimos cursos de preparatorias, Gabriela Mistral ingresa, en 1900, a la Escuela Superior de Niñas de Vicuña, hoy Casa de la Cultura y Biblioteca Pública Nº 22. Este traslado de su aldea de Montegrande a la ciudad donde once años atrás había nacido (“y de casualidad”, dice ella) no será de los más felices y mejores en su todavía vida-niña. “Nadie podrá devolverme ahora la alegría que me robaron”, dirá.
En Vicuña queda al cuidado de su madrina, Adelaida Olivares, directora de la escuela. Su madre, doña Petita, junto a su hermana, se han ido a Diaguitas, donde esta última ejerce como maestra en la escuela del poblado.
Tan pronto se desarrollan sus clases pareciera no sentirse a gusto ni cómoda entre sus compañeras; más bien distraída y no siempre atenta a las tareas que recibía. La misma Gabriela Mistral cuenta esta breve y muy marcadora etapa de su año de escolaridad vicuñense:
“La directora de la escuela, doña Adelaida Olivares (1859-1938), era mi madrina y tenía una reputación de santa. Estaba casi ciega y por ello me hacía que yo la acompañara al colegio, para no tropezar en la calle. Mi madrina me había puesto para que yo repartiera el papel a las demás alumnas. Yo era tímida y las otras muchachas, audaces, y con un manotón me quitaban siempre más cuadernillos. Resultado, el papel se acabó antes de la mitad del año. Cuando esto ocurrió, me acusaron a mí de habérmelo robado. La directora sabía que mi hermana era profesora y me daba todo el papel que yo quería. ¿Para qué iba yo, entonces, a robarme el papel? Sin embargo, fui acusada de ladrona. Yo, que era una niña puro oídos y sin conversación, no dije nada. Las otras muchachas me esperaban con los delantales llenos de piedras, que lanzaban contra mí. Aquellos hechos nunca pudieron borrarse de mi mente. Después me quedé un tiempo de vaga en la casa. Me pasaba las horas en el huerto con los árboles, que eran mis amigos”.
Resultado también, que la niña Gabriela es retirada de la escuela sin alcanzar a terminar normalmente sus últimos años de escolaridad primaria: “Me mandaron a la casa de una tía de mi madre, doña Ángela Rojas a quien mi hermana pagaba por mí una pequeña pensión. Esto duró menos de un año, porque fui expulsada de la escuela primaria superior de Vicuña”.
Pero ese tiempo-ocio fue, sin embargo, en ella un desarrollar vivamente los sentidos y las visiones que le daban gentes, gestos y paisaje elquino para siempre, y que después de todo, fue su felicidad: “Tuve una infancia pobre y feliz dentro de las quijadas de mi cordillera. Qué ojo bebedor de luces y de formas y qué oído recogedor de vientos y aguas saqué de esos lugares. Yo tengo un olfato sacado de esas viñas y esos higuerales y hasta mi tacto salió de aquellos cerros con pastos dulces o pastos bravos; yo sigo alimentándome de las mismas cosas que me hicieron el paladar en el sentido teológico de la sal en el bautismo, y hasta estoy segura de que se me han quedado casi puros mis gestos de Elqui: la manera de partir el pan, de comer las uvas, de poner el pie con pesantez en el suelo quebrado. Qué linda vida emocional tuve en medio de nuestras montañas salvajes”.
Estudia y aprende ahora por su propia cuenta en ese libro-alfabeto que le da la naturaleza. Aquellos cursos primarios que recibió de la escuela de Montegrande, y estos otros elementales de la escuela de Vicuña, serán toda su regular formación educativa. Empieza a hacerse una entusiasta y constante autodidacta. Busca libros, lee sin método ni idea alguna de jerarquía. Sobre todo, aprende de las gentes, de las cosas, de la naturaleza. Ella misma reconocerá después: “Fue la lectura la que hizo de mí una escritora, una lectura solitaria, yo soy, pues, una autodidacta. Sólo mi hermana, maestra rural, me dio el amor de leer y de escribir. También me tuve un pequeño lenguaje, un habla que yo escuchaba de las gentes, ese linaje idiomático puro para mí”.
“Soledades que me di, soledades que me dieron”, dirá Gabriela Mistral en esa etapa de niña-vaga por Vicuña –atravesando muchas veces la plaza por las noches con una velita de sebo en sus manos–, mientras en Diaguitas viven su madre y su hermana Emelina, que enseña en la escuela del poblado. Luego se reencontrarán en El Molle y, más tarde, dejando definitivamente el valle de Elqui, camino a La Serena y Coquimbo. De su laberinto de cerros tutelares elquinos llegará a conocer la costa marítima de Chile.
EN LA ACTUALIDAD:
La casona que albergara a la Escuela Superior de Niñas acoge hoy a la Biblioteca Pública Nº 22 “Joaquín Vicuña Larraín”.
El inmueble es parte de un complejo mayor de edificaciones que conforman la Casa de la Cultura, a cargo de la Corporación Municipal de Cultura de Vicuña, en donde se ofrece durante todo el año exposiciones periódicas de arte, charlas, foros y talleres.