Av. Francisco de Aguirre 300, La Serena. Categoría monumento histórico, por Decreto Supremo nº 482 del 27-03-1990.
En los primeros meses de 1925, Gabriela Mistral regresa a Chile, después de haber salido del país natal tres años antes con destino a México. Invitada a colaborar con los programas educativos del gobierno mexicano, a través de la Secretaría de Instrucción Pública, México será en ella “un siempre y sereno orgullo de haber recibido de la mano del licenciado (José) Vasconcelos, el don de una escuela y la ocasión de escribir para las mujeres de mi sangre en el único periodo de descanso que ha tenido mi vida”. Se despide de México (abril, 1924) para visitar los Estados Unidos y, luego, un largo recorrer países europeos, principalmente Italia y España.
En Chile, al reencontrarse con el país natal, permanece una breve temporada en Santiago, radicándose temporalmente, y por algunos meses, en la ciudad de La Serena. Allí cuida de su madre y cultiva un huerto casero (“trabajo en un huerto menudo, chiquito, haciendo hortaliza y jardín”). Piensa formar una pequeña “escuela granja”, según su conciencia religiosa, agrícola y de programa simple, y fundar así una escuela rural que reúna a niños pobres.
Gabriela Mistral adquiere una casa quinta ubicada a poca distancia del mar, alejada de la ciudad, para así cumplir con su anhelo de iniciar la obra educativa que se había propuesto y vivir en tranquilidad con su madre y su hermana: “Con ahorros pequeños de México, compré a mi madre esta casita por 12.000 pesos. Eso es todo. Mi viaje a Europa fue costeado por México, gracias a mi amistad con el presidente Obregón y al apoyo de Vasconcelos. No lo debo a sacrificios del presupuesto de Chile”.
Conocida como “Casa de Las Palmeras”, pues en el amplio patio se erigen dos esbeltos y centenarios ejemplares de la especie palmera de las Canarias (Phoenix canariensis), que dan frondosidad al espacio y enriqueciendo el patrimonio natural del entorno, la vivienda es de todo su gusto y tranquilidad familiar y hogareña, así sea su dedicación a la lectura que comparte con faenas de huerta y jardín. En una carta a su amigo, el poeta mexicano Carlos Pellicer, y fechada en La Serena (junio de 1925), le dice:
“Me vine a la ciudad de mi mamá. El aura de Santiago es pesada y dificulta la respiración espiritual. La Serena es un pueblo español, engastado en colinas italianas, de suavidad verde, a la orilla del mar. Aquí me tiene, al fin, en paz, libre tal vez por poco tiempo, pero libre al fin, respirando el mar, sin que me toquen la campanilla para suspenderme la contemplación, azadoneando sin orden previa de que azadonee, y agradeciendo a Dios todos los días esta independencia en que aún no creo, que me parece uno de esos cuentos que yo invento y que no escribo nunca”.
Se da tiempo para recorrer la región tan suya y, principalmente, el interior del valle de Elqui, quedándose semanas disfrutando el paisaje en un convivio con las gentes de La Unión (hoy Pisco Elqui). Escribe variados artículos sobre temas y situaciones propias de la época que envía al diario “El Mercurio” de Santiago. En su ensayo “Organización de las mujeres”, en el cual desarrolla un largo y detallado análisis del asunto mujeril, repara en una falta de organización femenina, en una necesidad de conocerse y hacer causa común en sus problemas y realidades y, sobre todo, un plantear la debilidad del feminismo chileno. O en su artículo “Una provincia en desgracia”, que no la hace estar ajena a los problemas regionales, llama la atención de las autoridades hacia “la prolongada sequía que mata animales, daña tierras y produce hambrunas diarias”.
Aprovecha, además, las tardes –“la hora de la siesta”, dice– para deambular por las calles de La Serena y entrarse en las casas patrimoniales de tres patios: “Y así, sin recelo alguno, me colaba donde fuese. Me atraían las penumbras verdosas, a lo viñedo en trasluz, y me atrapaban los claroscuros de un follaje de palto tendiendo sombras moradas sobre unas baldosas”. O volver por las mañanas a recorrer “mi querida iglesita de Santa Inés, en cuya sacristía fulguraba una casulla recamada por las agujas góticas de mi abuela teóloga”.
Pero los meses pasarían rápidos ese 1925, y el sosiego y tranquilidad familiar que le daba su casa serenense iría quedando sólo “en el recuerdo limpio y perfilado que tengo de esa casa”. Al igual, también, el anhelo de fundar una escuela granja quedaría simplemente en un deseo, hecho realidad –sin embargo– en sus “Pensamientos didácticos y pedagógicos”.
Hacia los meses finales del año debe salir otra vez de Chile, esta vez designada, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, a cumplir funciones como delegada de Chile en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, organismo de la Sociedad de las Naciones, con sede en París. Dirá, entonces, nuestra Mistral, y a manera de consuelo: “Las casas no me amarran. Al mes de comprar la de Santiago, me fui a México; al año de la que tengo en La Serena me volé a Europa. Un mal genio se burla de mí cada vez que elijo un suelo para vivir en paz”.
EN LA ACTUALIDAD:
Si bien fue breve el tiempo en que Gabriela Mistral residió en la Casa de las Palmeras, su madre, Petronila Alcayaga, y su hermana, Emelina Molina, permanecieron en ella hasta sus respectivos decesos, en 1929 y 1947, respectivamente.
Fue declarada monumento histórico en 1990, siendo restaurada para permitir su uso y visitación. En su interior, ambientaciones de época recrean la vida en una vivienda en la década de 1920; fotografías de Gabriela Mistral y su familia, apoyadas con gráficas informativas, ilustran al visitante sobre la historia y relevancia de la propiedad.
Tanto dentro de la vivienda como en su jardín suelen celebrarse actividades culturales y de extensión, enfocadas hacia la comunidad.
Es propiedad de la Municipalidad de La Serena, facilitada en comodato al Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, a través de la Biblioteca Regional Gabriela Mistral.
Sus valores arquitectónicos están determinados por la formalidad, dimensionalidad y la originalidad de sus elementos compositivos. El inmueble es parte de una serie de edificios surgidos en la zona a partir de mediados del siglo XIX, a cargo de constructores anglosajones que se establecieron en La Serena y Coquimbo. Sus construcciones presentan una ornamentación rica en relieves y formas de concepción clásica; combinan una carpintería fina y elementos griegos, recordando la arquitectura que se desarrolló en Estados Unidos después de la independencia.