Casa de Gabriela Mistral de Las Compañías o de la Compañía Baja - Gabriela Mistral 133, La Serena. Categoría monumento histórico, por Decreto Exento nº 2752 del 10-09-2008.
Año 1903. Dice Gabriela Mistral: “Empecé a trabajar en una escuela de la aldea llamada Compañía Baja a los catorce años, como hija de gente pobre y con padre ausente y un poco desasido. Enseñaba yo a leer a alumnos que tenían desde cinco a diez años y a muchachones analfabetos que me sobre pasaban en edad. A la directora (Rosa Segovia) no le caía bien. Parece que no tuve ni el carácter alegre y fácil, ni la fisonomía grata que gana a las gentes. Mi jefe me padeció a mí y yo me la padecí a ella. Debo haber llevado el aire distraído de los que guardan secreto, que tanto ofende a los demás”.
En la Compañía Baja, pequeño villorrio en las afueras de La Serena, además de enseñar, estudia, lee y escribe sus primeras composiciones poéticas y sus primeros artículos periodísticos. Su nombre empieza a ser conocido en el medio social y cultural serenense.
“Un viejo periodista y sabio maestro de La Serena, don Bernardo Ossandón (1851-1926), dio un día conmigo y yo con él. Poseía el fenómeno provincial de una biblioteca, grande y óptima. El buen señor me abrió su tesoro, fiándome libros de buenas pastas y de papel fino”.
El bondadoso y visionario Ossandón le presta libros a manos llenas. Gabriela Mistral (entonces todavía Lucila Godoy Alcayaga) lee con admiración las obras del escritor colombiano José María Vargas Vila (1860-1933), las teorías astronómicas del científico francés Camilo Flammarión (1842-1929) y un buen número de biografías formativas y encendedoras. El libro mayor es un ensayo filosófico de Michel de Montaigne (1533-1592), “donde me hallé por primera vez delante de Roma y de Francia”.
Escribe sus primeros artículos en prosa, que envía al periódico El Coquimbo, de La Serena. Su primera prosa se titula “El perdón de una víctima” y aparece publicada el 11 de agosto de 1904, con la firma de L. Godoy A. Tiene solamente 15 años.
“La muerte del poeta” se publica el 30 de agosto de 1904, firmado por Lucila Godoy A. Su texto refiere la historia de un poeta desgraciado de nombre Heberto, a quien Judith, una joven romántica, encontró en un bosque cuando el poeta estaba moribundo. La joven quiso consolarlo y volverlo a la vida, pero ya era tarde.
También en El Coquimbo (25 de octubre de 1904) se publica “En la siesta de Graciela”, sus primeros versos: “Oh, qué feliz seré, si en la mañana, / Cuando ya el tiempo mi existir aminore, / Tú calmas el pesar que mi alma emana / Y el llanto enjugues cuando triste llore”.
En la escuela de la Compañía Baja, además de hacer clases diurnas, enseña a leer y a escribir, y algo de aritmética, a peones y obreros que asisten a unos cursos nocturnos. “Niña todavía, cosa apenas formada, yema de persona, y estaba yo mascando piedras para que mis gentes mascaran su pan”.
Nuevos artículos literarios para El Coquimbo (“Espejo roto”, “Gemidos”, “Sonrisas del alba”). Empieza también a colaborar en La Voz de Elqui, periódico radical de Vicuña: “Ecos” (fechado el 21 de marzo de 1905 y publicado el 23 de marzo) se llama su primera entrega en prosa, y “Flores negras” (fechado el 8 de agosto de 1905 y publicado el 10 de agosto), un poema de doce estrofas. Una y otra colaboración las fecha en La Compañía y las firma con su nombre de Lucía Godoy y Alcayaga. Más adelante usará también los seudónimos de Soledad, Alma, Alguien.
En La Compañía escribe “La instrucción de la mujer”, un inspirado y motivado artículo que publica La Voz de Elqui (Vicuña, 8 de marzo, 1906). El llamativo texto-ensayo es una de sus primeras preocupaciones por el tema femenino, en una época en que la mujer chilena está al margen de la sociedad de su tiempo, y constituye un verdadero paradigma del pensar y el hacer de una Gabriela Mistral en esta hoy tan vigente materia. En uno de sus párrafos expone: “Se ha dicho que la mujer no necesita sino una mediana instrucción, y es que aún hay quienes ven en ella al ser capaz sólo de gobernar el hogar. Instruir a la mujer es hacerla digna y levantarla. Abrirle un campo más vasto de porvenir. Instrúyase a la mujer, no hay nada en ella que le haga ser colocada en un lugar más bajo que el hombre. Tendréis en el bello sexo instruido, menos miserables, menos fanáticas y menos mujeres nulas”.
Y Lucila Godoy tenía entonces ¡16 años!
Desde el otoño de 1903, con su llegada a La Serena y, ya con 14 años, y luego, hasta noviembre de 1906, Gabriela Mistral permanecerá como maestra rural en La Compañía, villorrio rodeado de frondosos olivares y bañado por la cercana brisa del mar. Vive acompañada de su madre, doña Petronila Alcayaga Rojas, llamada familiarmente doña Petita. Su hermana Emelina, entre tanto, ejerce funciones de maestra en Arqueros, antiguo poblado minero de la provincia coquimbana.
La vivienda, facilitada por un próspero vecino de La Compañía, don Eleuterio Fredes, de adobe, madera y dos pisos, de planta rectangular, muy alta y angosta, con escalera al exterior, que destacaba en el entorno del lugar. La escritora y biógrafa de Mistral, Marta Elena Samatán, bien la describe así: “Era una casita sumamente original, pintada de azul, de anchos adobes y techo de zing. Una de las habitaciones estaba en la planta baja, Se ascendía a la otra por una escalera exterior sumamente tosca. Desde el rellano se divisaba el mar, a unas pocas cuadras. La ventana no muy grande, se abría sobre un enorme huerto de añosos olivos. Más allá de la copa de los árboles se veía La Serena, la entrada del valle de Elqui y el cerro Grande como fondo. Hacia la derecha los ojos descubrían Coquimbo y el Pan de Azúcar” (Los días y los años de Gabriela Mistral).
De su pintoresca y atractiva casa habitación a su escuela donde enseñaba había, sin embargo, un trecho no tanto de distancia como de precariedad: “Cuando yo enseñaba geografía en Compañía Baja, al lado norte de La Serena, la escuela era tan pobre que para enseñar geografía sólo contaba con el tierral del patio o la arena de la plaza próxima. Encima de esas pizarras horizontales yo delineaba las cicatrices de los conflictos que habían dibujado a Hispanoamérica sobre las espaldas del Imperio colonial. La tierra o la arena recibían dócilmente ese terrible arabesco fronterizo y las criaturas que me oían aceptaban eso como un rasgo del paisaje, tal como sus padres aceptaban las pircas de las tierras ajenas donde hacían labranza. Pero a mí me fastidiaba que se pusiera piedra y se impusiera raya donde no las había. Todavía me fastidia. Pero en esa escuela sin tablas en el suelo, de puro barro reseco, barrido con decoro japonés o belga, allí me fui haciendo el alma, y allí acudieron los primeros ritmos”.
Es decir, la Escuela de La Compañía, de instrucción primaria y mixta y que entregaba cursos hasta cuarto año de preparatoria, será en Gabriela Mistral el origen pleno, educativo y vivencial de aquellos dos grandes oficios que marcaron a huella su cuerpo y su alma: el de maestra (y rural) y de poeta. “Me hice escuelera porque no existía otro trabajo digno y limpio al cual acudiese una joven de quince años en esos umbrales del siglo veinte. Me faltó riego de alegría en torno, porque me di a trabajar como el castor que muy solo y muy serio alza su dique y redondea su madriguera sumergida”.
Y no sólo pasión y amor de enseñar, también los primeros fervores sentimentales y latidos amorosos surgen para Gabriela Mistral en La Compañía. Aquí conoce a un hacendado de la zona, llamado Alfredo Videla, hombre fino, seductor y mayor en años que su pretendiente: “No es mi cariño esa pasión loca y desbordante que muere con la ligereza con que nace, no”. Todo, sin embargo, no pasará de ser una fugaz y romántica relación que quedará anecdótica y epistolarmente en la vida de la muy joven maestra rural.
También, nuevos intereses, esta vez en relación con su labor docente, surgen en Gabriela Mistral, que permanece hasta los meses finales de 1906 en La Compañía. “Por no convenir a mis intereses”, y pensando en su traslado al Liceo de Niñas de La Serena, renuncia como ayudante interina en la escuela mixta donde había enseñado “a niños y muchachones” durante cuatro fervorosos años.
Cabe agregar que durante su estancia en La Compañía, probablemente a inicios de 1905, se produjo otro de los hechos infortunados que marcaron la niñez y juventud de Gabriela Mistral. Hacia esa fecha completó los trámites para ingresar como alumna a la Escuela Normal de Preceptoras de La Serena, con el objetivo de retomar los estudios y acceder, finalmente, al título de profesora que tanto ansiaba. La postulación había exigido un gran esfuerzo personal y familiar, tanto en preparar los exámenes de ingreso como en conseguir los medios para costear la ropa que se le exigía y el monto de fianza que debía pagar. No obstante, justamente en el día de su ingreso, sin mediar explicación le impidieron la entrada y le anunciaron que no había sido admitida.
Muchos años después, cuando ya vivía fuera de su región natal, supo la explicación del incidente: el capellán y profesor del establecimiento, Manuel Ignacio Munizaga Ortiz, había objetado su incorporación a causa de su supuesto paganismo y sus ideas liberales, manifestadas en los artículos y poemas que publicaba en la prensa.
Fue una afrenta que recordaría con tristeza, pero que no conseguiría doblegar su espíritu.
EN LA ACTUALIDAD:
La antigua aldea de la Compañía Baja es hoy parte de un vasto sector poblacional de la ciudad de La Serena, denominado comúnmente Las Compañías o La Compañía.
La centenaria casona azul fue declarada monumento nacional en 2008, siendo puesta a cargo de la Universidad de La Serena. Luego, a pocos metros de distancia, se construyó un moderno edificio de soporte, que entró en operación en 2010.
En 2018 se inició la restauración de la casa y de una bodega contemporánea ubicada a un costado, la que se completará durante el año 2019. Ahí se proyecta habilitar un centro de interpretación sobre la vida y obra de Gabriela Mistral.