Orígenes
Gabriela Mistral, seudónimo de Lucila de María Godoy Alcayaga, nació el 7 de abril de 1889, en Vicuña, Chile. Su padre, Jerónimo Godoy Villanueva, ex seminarista devenido en maestro de escuela, fue hombre con talento literario. Su madre, Petronila Alcayaga Rojas, fue bordadora y costurera. Se habían casado en el pueblo de Pisco Elqui (entonces denominado La Unión), en 1887. Para esa época él rondaba los 30 años; ella ya alcanzaba los 42 y tenía una hija de una relación anterior, llamada Ana Emelina Molina Alcayaga.
A inicios de 1892, Petronila y Lucila se establecieron junto a Emelina en la aldea de Montegrande, en donde esta última –con sólo 18 años– había sido destinada como maestra a cargo de la Escuela de Niñas. Fue ella quien enseñó a la niña las primeras letras y la educó con devoción.
Ese mismo año, Jerónimo Godoy abandonó hogar y familia; pasaría largo tiempo circulando por Chile hasta regresar a su natal valle del Huasco, para fallecer finalmente en Copiapó, el 29 de agosto de 1911, sin llegar a conocer las alturas a las que llegaría su hija. Así, desde los tres años, Lucila vivió huérfana de padre y rodeada de mujeres.
Lucila mostró tempranamente un carácter retraído; solía pasar sola en la huerta de la casa, o entretenerse con piedras y cuescos de fruta, en vez de jugar con otros niños. La naturaleza y paisajes del valle de Elqui, con su población campesina, se marcaron a fuego en su memoria y estuvieron presentes en su futura poesía.
Formación autodidacta
En el año 1900 fue enviada de vuelta a Vicuña, a continuar sus estudios primarios en la Escuela Superior de Niñas de esa ciudad. Quedó a cargo de Ángela Rojas, tía de su madre, mientras que Petronila y Emelina se instalaron en el poblado vecino de Diaguitas. Lucila sólo permaneció cuatro meses en el establecimiento, de donde fue retirada luego de ser acusada de robar materiales escolares por la propia directora de la escuela, Adelaida Olivares. Este agravio le acarreó burlas y agresiones de parte de sus compañeras.
Desde entonces, desprovista de educación formal, empezó a hacerse una entusiasta y constante autodidacta, devorando los libros que lograba conseguir.
Emelina contrajo matrimonio en 1901 con José de la Cruz Barraza, un pequeño emprendedor. Lucila emigró junto a su madre hacia La Serena, ingresando al Curso de Aplicación Anexo a la Escuela Normal de Preceptoras. Debieron marcharse al poco tiempo a Coquimbo, en donde la niña ingresó a la Escuela Nº6. Sin embargo, motivos económicos obligaron a la familia a irse al pueblo de El Molle. Así, ambos intentos de retomar los estudios fracasaron.
Durante sus días en La Serena cobró relevancia otra figura femenina, la abuela paterna, Isabel Villanueva, quien la estimuló a conocer la Biblia. Con el tiempo, la futura poeta desarrollaría una espiritualidad potente y particular.
Entre tanto, luego de un primer embarazo fallido, en 1903 Emelina dio a luz una hija, bautizada como Graciela Amalia. Su salud siempre fue frágil; fallecería el 29 de marzo de 1926.
Sus inicios
A fines de 1903, Lucila ingresó a la docencia, con un puesto como maestra ayudante en la escuela de la Compañía Baja, una aldea en las afueras de La Serena, en donde enseñaba a niños de 5 a 10 años, e igualmente, a jóvenes mayores que ella. A poco de llegar junto a su madre, el hacendado local Eleuterio Fredes les facilitó dos habitaciones de un inmueble suyo, próximo a la escuela; una llamativa construcción de color azul, con una vista privilegiada del paisaje.
Trabó amistad con el profesor, periodista y connotado miembro de la masonería local, Bernardo Ossandón, quien le facilitó cantidades ingentes de libros, permitiéndole profundizar su educación autodidacta. Leyó con admiración las obras de José María Vargas Vila, las teorías astronómicas de Camille Flammarion, los ensayos filosóficos de Michel de Montaigne, entre otros.
Ossandón, quien dirigía el periódico El Coquimbo de La Serena, le abrió la oportunidad de publicar. El 11 de agosto de 1904 apareció un texto en prosa titulado “El perdón de una víctima”. En noviembre se estrenó su primer poema, “En la siesta de Graciela”, dedicado a su sobrina. Pronto aparecerían escritos suyos en otros medios impresos de la ciudad, como también en Vicuña y Ovalle. Al principio firmaba con su nombre; luego usó diversos seudónimos, como Alguien, Soledad y Alma.
Sus publicaciones, algunas de cariz romántico y otras, cargadas de ideas y reflexiones inusuales para el medio social de la época –incluso desafiantes, como su célebre “La instrucción de la mujer”–, le acarrearon el rechazo de sectores conservadores. Este factor estuvo detrás de su fallida postulación a la Escuela Normal de La Serena, en 1905, mediante la cual aspiraba a cumplir su objetivo de convertirse en profesora de pleno derecho. Su ingreso fue objetado por el capellán del establecimiento, precisamente por el tono de sus artículos en la prensa.
En 1907 trabajó como inspectora y escribiente en el Liceo de Niñas de La Serena, manteniendo una conflictiva relación con su directora, Ana Krusche. Tras renunciar, regresó a la enseñanza rural en las localidades de La Cantera (1908) y Cerrillos (1909), ambas en las cercanías de Coquimbo. Estando en La Cantera publicó por primera vez un artículo con el seudónimo Gabriela Mistral, en el periódico La Constitución de Ovalle, el 10 de junio de 1908.
En noviembre de 1909 se suicidó en Coquimbo un íntimo amigo suyo, el empleado ferroviario Romelio Ureta. El trágico suceso le motivó la escritura de una serie de dolorosos poemas, entre otros, “Los sonetos de la muerte”.
Carrera docente
En 1910 aprobó un examen de competencia en la Escuela Normal de Niñas de Santiago, que le habilitó como preceptora interina a propiedad del cargo. Ello le permitió cumplir funciones educacionales en Barrancas, cerca de Santiago, y luego en Traiguén. En 1911 partió al Liceo de Niñas de Antofagasta, y meses después, al Liceo de Niñas de Los Andes. Allí, en el valle del Aconcagua, permaneció desde 1912 hasta 1918, un período largo y relevante para la consolidación de su destino.
Durante esta época colaboró en publicaciones literarias y pedagógicas (Pacífico Magazine, Primerose, Familia, Revista de Educación Nacional, Figulinas). En 1913, el ya célebre poeta nicaragüense Rubén Darío publicó, en su revista Elegancias, en París, el poema “El ángel guardián”, que la joven maestra le había enviado para su consideración; fue su primera publicación en el extranjero.
En 1914, con “Los sonetos de la muerte”, ganó el concurso de los Juegos Florales de Santiago. Había firmado como Gabriela Mistral, nombre que desde entonces adoptó para siempre.
En 1916 conoció en Pocuro, cerca de Los Andes, al profesor, abogado y político Pedro Aguirre Cerda, forjando una profunda amistad. Con el tiempo, él sería un promotor de su carrera como educadora; llegaría a ser Presidente de la República en 1938.
En 1918, con Aguirre Cerda como ministro de Instrucción Pública, fue nombrada directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas, y en 1920, directora del Liceo de Niñas de Temuco.
En mayo de 1921 fue designada directora del recién fundado Liceo N°6 de Niñas de Santiago, desatando críticas privadas y públicas entre un sector de la intelectualidad, por su falta de estudios formales. Durante esta etapa escribió sus “Pensamientos pedagógicos”, una veintena de máximas educativas y didácticas dirigidas a la enseñanza y a las maestras.
México y el despegue internacional
En 1922 el gobierno de México, a través de su secretario de Educación Pública, el filósofo, educador y político José Vasconcelos, la invitó a participar en los programas y planes de enseñanza de las misiones rurales e indígenas, como parte de una reforma a la educación introducida tras la Revolución Mexicana. Permaneció hasta 1924, generando aportes que le granjearon el reconocimiento de toda esa nación, tales como la organización de bibliotecas populares. Al finalizar su misión, realizó su primera gira internacional, que incluyó Estados Unidos, Italia, Suiza, Francia, España.
También en 1922 su publicó en Nueva York (Estados Unidos) su primer poemario, “Desolación”, que causó hondo impacto en el mundo de las letras. Y en 1924 apareció en Madrid (España) su segundo libro, “Ternura”.
En 1925 regresó a Chile. El municipio de Vicuña la nombró “Hija Predilecta”. Tras menos de un año –incluyendo algunos meses de residencia en La Serena junto a su madre, su hermana y su sobrina, en la que hoy se conoce como Casa de las Palmeras–, la poeta salió nuevamente al extranjero, esta vez por solicitud del gobierno chileno, para asumir como consejera en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, un organismo de la Sociedad de las Naciones, con base en París (Francia).
En 1926, ya establecida en Francia, se hizo cargo de un bebé de nueve meses de nombre Juan Miguel Godoy, su sobrino. Era hijo de Carlos Godoy, su hermano menor por parte de padre (fruto de una relación posterior al quiebre entre Jerónimo y Petronila), y de Marta Mendonça, una catalana que murió poco después. Desde entonces el niño se crió con ella como su propio hijo, apodándolo cariñosamente “Yin Yin”.
El 7 de julio de 1929 murió en La Serena su madre, uno de los grandes referentes de su vida.
La maestra chilena era constantemente invitada a dictar conferencias y recitales poéticos en diversos países. Puerto Rico, República Dominicana, Cuba, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, se cuentan entre ellos. En 1931, la Universidad de San Carlos de Guatemala le confirió el Doctorado Honoris Causa, su primera distinción académica; vendrían muchas más.
Carrera diplomática
En 1932, el gobierno chileno la nombró cónsul particular a elección. Era la primera mujer chilena nombrada para un cargo consular. Fue destinada a Nápoles (Italia), pero la dictadura de Benito Mussolini se negó a recibirla, supuestamente debido a que rechazaba a los diplomáticos de sexo femenino. Aunque es obvio que influyó la declarada posición antifascista de Gabriela Mistral.
Desde junio de 1933 asumió funciones consulares en distintos lugares del mundo. Sus destinaciones incluyeron Madrid, Lisboa, Oporto, Petrópolis, California, Veracruz, Nápoles, Rapallo, Nueva York, entre muchas. En 1935, una ley aprobada por el Congreso Nacional la designó cónsul de elección con carácter vitalicio.
A inicios de 1938, en ruta hacia Chile para una nueva visita, recorrió Brasil, Uruguay y Argentina. Los homenajes e invitaciones se multiplicaron en cada sitio. En Montevideo participó en los Cursos Sudamericanos de Vacaciones, interviniendo junto a la argentina Alfonsina Storni y la uruguaya Juana de Ibarbourou (las poetisas de América) en un diálogo que quedó inscrito en la historia cultural del continente. Luego, Buenos Aires y el interior argentino.
Al fin, llegó a Chile en mayo de 1938, como la mujer más aclamada del continente. Visitó Osorno, Chillán, Santiago, La Serena, su valle de Elqui, Iquique. En el intertanto, en Buenos Aires se publicaba “Tala”, su tercer poemario, cuyas ganancias fueron destinadas a instituciones que auxiliaban a niños vascos durante la Guerra Civil de España. En su camino de vuelta a Europa fue recibida en Perú, Ecuador, Cuba, Estados Unidos.
“Yin Yin” y el Premio Nobel
En 1939 estallaba la Segunda Guerra Mundial, obligando a Gabriela a salir del Viejo Continente. Brasil fue su nuevo destino. Se estableció en Niteroi y luego, en Petrópolis. Yin Yin asimiló mal el cambio; en medio de una crisis de adolescencia, no logró adaptarse y tuvo conflictos con sus compañeros de colegio. En agosto de 1943, el joven se suicidó bebiendo arsénico. La poeta cayó en una profunda depresión.
Estando también en Petrópolis, un 15 de noviembre de 1945, se enteró que la Academia Sueca le concedía el Premio Nobel de Literatura. Era el primero que recaía en América Latina, fruto de una candidatura promovida originalmente por intelectuales a lo largo y ancho del continente, partiendo en Ecuador. La ceremonia de entrega se realizó en el Palacio de Conciertos de Estocolmo (Suecia), el 10 de diciembre, encabezada por el rey Gustavo V.
Gabriela permaneció cerca de un mes en Suecia. Luego recorrió Europa como huésped de honor de diversos gobiernos.
En junio de 1946 reanudó su papel como cónsul. Se instaló en Estados Unidos, primero en Los Ángeles y luego en Santa Bárbara, en donde compró una casa con el dinero del Premio Nobel. Ese año, además, conoció a la joven escritora estadounidense Doris Dana, con quien forjó un vínculo inseparable. Dana la acompañó desde entonces y hasta su último día.
El 27 de marzo de 1947 moría en La Serena su hermana Emelina, la última integrante de su cofradía familiar conformada por mujeres.
En 1951, mientras se hallaba en Italia, se le otorgó el Premio Nacional de Literatura. No viajó a Chile a recibirlo. El importe monetario del premio lo donó a la creación de un fondo de ayuda a los niños desvalidos de Montegrande.
Años finales
Hacia 1953 fijó residencia definitiva en Roslyn Harbor, Long Island, Nueva York. Participó en la Asamblea de las Naciones Unidas, representando a Chile, interviniendo en la comisión de Condición Jurídica y Social de la Mujer.
En 1954, su último viaje a su país natal. Invitada en forma oficial por el Presidente Carlos Ibáñez del Campo, fue un recorrido pleno de ceremoniosos homenajes y concentraciones multitudinarias, como las registradas ante la Intendencia de Valparaíso, el Palacio de La Moneda, el Estadio Nacional y el Estadio La Portada de La Serena. Igualmente significativos fueron los actos cívicos en las plazas de Montegrande y Vicuña, ocasión esta última en que el alcalde, Guillermo Reyes, le colgó una medalla consagrando su título de “Hija Predilecta”.
Ese mismo año se publicó en Santiago de Chile su cuarto y último libro, “Lagar” (otros títulos de Gabriela fueron editados y publicados en forma póstuma, tales como “Motivos de San Francisco”, en 1965; “Poema de Chile”, en 1967; “Lagar II”, en 1991).
Pocos meses después de regresar a Roslyn Harbor, se le descubrió un cáncer al páncreas. La madrugada del 10 de enero de 1957 falleció en el Hempstead General Hospital de Long Island. Tenía 67 años. A las pocas horas, la Asamblea General de las Naciones Unidas le rindió un homenaje “a la mujer cuyas virtudes la señalaron como una de las más valiosas personalidades de nuestro tiempo”.
Sus restos fueron enviados en avión a Chile. El pueblo se volcó a despedirla en las calles de Santiago, en la Casa Central de la Universidad de Chile –en donde fue velada– y en el Cementerio General capitalino, donde fue enterrada en forma provisoria, hasta que se construyera en Montegrande un sepulcro para ella.
Su cuerpo descansa desde el 23 de marzo de 1960 en su amado pueblo de infancia, cumpliéndose así su voluntad testamentaria.